martes, 24 de abril de 2012

Bizi behar da ulertzeko baina hobe ulertze bizi gabe

Orain dela gutxi lagun batek korreo hau bidali zigun. Orain dela oso gutxi esperintzia gogorra eta polita bizi izan dute beraien inguruan, markatzen duten horietakoa.
Hauetatik ikasten ez duena ez duelako nahi da edo beldurrak atzera botatzen duelako. Horrelako zerbait bizi eta gero, hurrengo egunean esnatzerakoan bizitza ezberdin ikusten ez duenak, erne ez zegoelako izan da. Bizitzak eskeintzen dizkigu momentu hauek, nola bizi, bakoitzaren baitan dago.

"El tiempo de prodigios" eleberria irakurtzen ari naiz. Protagonistari ama hil zaio, minbiziak jota, eta bera dolua prozesatzen saiatzen da. 173. orrialdean holaxe dio:


En el caso del cáncer, el miedo puede ser peor que la enfermedad misma. Yo, ya lo he dicho, tuve mucho miedo cuando diagnosticaron a mi madre. Luego se me pasó, cuando comprendí que la única forma de serle útil era sacando el coraje de cualquier sitio. El desconsuelo lo paraliza todo, pero luego nos da una fuerza desconocida que nos lleva, incluso, a olvidar la aflicción para concentrarnos en ayudar a quien verdaderamente importa. Hay algo particularmente hermoso en esa entrega a alguien querido. Cuidar a un ser amado encierra una belleza única y proporciona una paz que es imposible de conocer de otra forma. Eso era lo que yo sentía cuando ayudaba a mi madre a vestirse, cuando tenía que lavarla o llevarla al baño: una emoción intensa que no había experimentado antes, similar al orgullo, pero mucho más puro y más noble, algo que me aligeraba el alma y me hacía sentir, por primera vez en mi vida, que lo que estaba haciendo era realmente valioso e importante y que tenía sentido en sí mismo.
Sé que es inútil explicárselo a alguien que no lo haya vivido, pero cuando estaba cuidando físicamente de mi madre, a pesar de la gravedad de su estado, a pesar de que se acercaba la muerte, sentía algo parecido a la felicidad. En el preciso instante en que hacía caer agua tibia por su cuerpo maltrecho, mientras la secaba o le daba un masaje en las piernas, le estaba haciendo llegar a ella todo el inmenso caudal de cariño que habíamos acumulado juntas durante treinta y cuatro años. Ojalá nunca hubiera tenido que hidratarle la piel, que sostenerle la cabeza mientra vomitaba, que sujetarle la mano o acariciarle el pelo durante una crisis de dolor. Pero qué infinita suerte tuve al brindárseme la ocasión de hacerlo. Qué experiencia grandiosa la de poder cuidar de alguien a quien se ama tanto.

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